Cualquier parecido con la ficción es pura realidad (una entrevista cruzada entre Carles Pradas y Carmen Gómez Aragón)
Desde que publicamos La séptima vida de Kaspar Schwarz están sucediendo cosas muy extrañas. Accidentes domésticos, noches de insomnio y sucesos de índole diversa. En la foto vemos a Carles Pradas (el autor) y a Carmen Gómez Aragón (la traductora) a plena luz del día, algo afectados por una vida taciturna. Compartiendo un exiguo vermut en la Plaça de la Virreina de Gràcia, en Barcelona, confiesan no poder dormir y pasarse las noches paseando por la calle y revolviendo en las basuras. En esta entrevista cruzada, como dice Carmen, «cualquier parecido con la ficción es pura realidad».

CARMEN: A lo largo de la obra Kaspar Schwarz adopta nombres distintos. ¿Puedes desvelar al lector la historia de estos nombres, desde los más obvios (Kaspar Hauser) hasta los que son más oscuros (Leclercq, Kosinksi —¿es por Jerzy Kosinski?—)?
CARLES: La historia de los nombres es muy variada. Los hay más obvios, como el de Hugo von Hauser, que proviene del niño salvaje alemán y que también es el nombre de mi gato, que es el modelo de todos los retratos que aparecen en el libro. Leclercq sin embargo es un imperativo que viene impuesto por uno de los documentos que aparecen en la obra y que me obligó a llamar al personaje de esta forma, a pesar de que el nombre me gusta bastante. En cuanto a Kosinski, mucha gente me recuerda su parecido con Jerzy Kosinski, que por cierto es un personaje muy kaspariano. Podría mentirte, pero esta vez no lo haré: el nombre viene de John Kocinski, un piloto de motos de los 90. Siempre me fascinó la sonoridad de ese nombre. Gerald S. Miller es un homenaje totalmente intencionado a Henry Miller, al cual admiro y del que extraje algunas ideas. Schwarz supongo que es el más obvio de todos, si tenemos en cuenta su traducción del alemán. El resto fue surgiendo de distintas fuentes, de forma desordenada.
Otra pregunta que tengo es de tipo más personal, porque el tema de la verdad y la mentira me fascina y estoy haciendo mi propia tesis: ¿Es una mentira lo que dices al final del prólogo apócrifo o lo piensas de verdad? Me refiero a cuando dices: «La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.» ¿Es irónico? Yo diría que sí… ¿O no?
Todo el libro es un juego constante entre la verdad y la mentira. Mi intención era liar el máximo posible al lector, con lo cual las travesuras del lenguaje también están presentes y siempre buscan confundirlo. Nunca puedes fiarte de alguien en esta obra, tampoco del narrador.
Quiero saber por qué Kaspar, cuando se reencuentra con el soldado francés, no le muestra la foto de Vaira.
De algún modo se siente cohibido por la felicidad del soldado francés. Cree que mostrándole la imagen de Vaira anulará su burbuja de tranquila felicidad, dado que él se encuentra en el otro extremo de la vida. Es cierto, hubiera podido mostrársela, pero prefiere encerrarse en sí mismo como ha ido haciendo cada vez más a medida que pasan los años. En este punto del relato es un personaje bastante aislado. Es una fase más de su aislamiento interior.
Me gustaría saber si has visto una película que se llama Toni Erdmann, pues en parte trata el tema de la invención de vidas, a su manera. Y también si tienes esta extraña sensación que me desconcierta: ¿Por qué a los lectores empedernidos que nos fascina la literatura todavía nos fascina más si pensamos que la ficción puede ser real, si se basa en un caso real o si podría serlo? ¿Por qué esta contradicción? ¿Somos en realidad amantes de la verdad, si es que existe? Yo no me he dado todavía una respuesta definitiva. Lo que creo es que, quizás, para mí la ficción retrata mejor la vida que la vida misma.
Es una reflexión muy interesante. Todavía no he visto Toni Erdmann, aunque he leído y escuchado cosas muy buenas de ella. Pienso que la ficción cada vez está invadiendo más la verdad. Lo vemos en las redes sociales, por ejemplo. Para mucha gente, en especial para los nacidos dentro de la generación digital, Facebook es real… cuando lo que es básicamente es una ficción pero entendida como retrato de la realidad. Esa típica frase de «La realidad está ahí afuera» está completamente desfasada. Hoy la realidad está cerrada o, mejor dicho, envasada, lista para ser consumida. Pero lo que no tenemos en cuenta es que es un constructo, en muchos casos diseñado y mesurado. Los canales de difusión han influenciado a los mensajes. Ahora un contenido puede mediatizarse y pervertirse de la cabeza a los pies. Si vemos un telenoticias falso y otro verídico es muy probable que no sepamos distinguir cuál es cuál. Y esto está estudiado. Consumimos muy rápido y nuestra capacidad crítica está demasiado ocupada masticando como para distinguir gustos y sabores. Para los escritores es un escenario propicio e ideal para tramar historias, pero también de una enorme responsabilidad. Realmente es un tema apasionante… Recuerdo cuando estrenaron la película Fargo de los hermanos Coen. Cuando empieza la cinta aparece, en letras blancas sobre fondo gris, un mensaje muy típico: «Based on a true story». Este mensaje condiciona la percepción de la historia cuando en realidad no tendría por qué hacerlo. La historia será la misma sea real o no. Pero nosotros la viviremos de una forma muy distinta. ¿Por qué? El caso es que la historia no era real, era una pura invención, pero vestirla de realidad la hizo real. Esto me lleva a pensar que somos seres crédulos por naturaleza y que, al fin y al cabo, de eso va la literatura o el arte de contar historias. ¿No es así…? Podría seguir pero me alargaría demasiado…
CARLES: ¿Cual de las personalidades de Kaspar Schwarz has sentido más cercana a ti?
CARMEN: La de Kaspar Schwarz Kaspar Schwarz. Me gusta mucho vivir. Así que, por un lado, siempre he sentido el deseo de vivir eternamente, de no dejar de aprender, de verlo todo. Y, por otro, el de tener tantas vidas como inquietudes. Creo que es un deseo natural si te gusta la vida. Mucha gente lo niega porque le parece que es desmerecer la propia. De modo que aclaro que la mía me gusta; me la he fabricado yo. Pero, en serio, ¿quién no ha imaginado, anhelado, tal vez, la posibilidad de tener varias vidas, ya sean consecutivas o simultáneas? Entregarse por un tiempo al espiritismo, como hizo Conan Doyle, y luego huir al lado contrario, como Houdini. Ser escritora y tener otra vida para ser exploradora, astronauta, científica en la Antártida (o, mejor aún, ¡filóloga en la Antártida!). Poder ser hombre, mujer, ambos, todos. Atravesar los sexos y los siglos, como Orlando. Y atravesar también los oficios. Ser traductora, bibliotecaria, guardabosques, cartera, librera, acomodadora; regentar una cafetería en Alabama; cruzar los mares como bióloga; ser astrónoma, pintora, música, jinete; sentarte a leer. Como lectora supongo que es lo que hago, lo que hacemos muchos que leemos, vivir todas esas vidas —desoyendo a Nabokov—. Así que me quedo con Kaspar Schwarz Kaspar Schwarz, salvando las diferencias, claro, pues sus motivos eran otros, pero no los desvelaremos en esta entrevista…
¿Has encontrado algún fragmento del libro que te presentara alguna dificultad concreta?
No exactamente. Toda traducción tiene sus glorias y sus escollos (que a veces solo disfruta o sufre el traductor o detecta el lector sensible y atento que, además de conocer bien la lengua de entrada y la de salida, conoce el original). En este caso, al estar más acostumbrada a traducir del inglés, la mayor dificultad y a la vez la mayor ventaja ha sido la proximidad entre el español y el catalán. Esa cercanía es en ocasiones muy útil pero en otras, un peligro. Y no me refiero únicamente a la posibilidad de que se te cuele alguna catalanada (que en el mundo haberlas, haylas, pero no todas lo son, por cierto, pues no todo lo que a uno no le suena es necesariamente una catalanada o una incorrección, sino un giro legítimo propio de un lugar, aunque no voy a entrar en ese tema porque es muy complejo y porque ara no toca, XD). Me refiero, decía, al peligro que entraña la versión especular resultante, tan parecida al original que a veces te preguntas si es real. La respuesta, obviamente, es sí. Tampoco digo que haya que pecar de literal, pero, cómo expresarlo, el traductor es en esencia un escritor, o al menos un reescritor, y como tal siempre está tentado de escribir lo suyo (y lo mismo se aplica al corrector). Sin embargo, si la máxima de la corrección es (o debería ser) corregir lo mínimo, la de la traducción sería reescribir lo menos posible. Lo chocante –para mí–con dos lenguas tan próximas es, repito, ese resultado tan similar, lo cual no significa que todo sea coser y cantar, es más bien una sensación (te sientes como si copiaras, por decirlo así, como una especie de mirón que acaba siendo observado). Luego, y esto ocurre en cualquier idioma, siempre hay cosas que nos suenan mejor en una lengua que en otra y, al traducirlas, nos parece que no es lo mismo. Y a la inversa, claro. Todo esto para decir que no, no recuerdo una dificultad concreta ahora mismo, disculpen las molestias.
¿Ves alguna conexión entre el método y la rutina de la escritura con las de la traducción?
Sí, la traducción se acopla a la escritura. Es, como venía a decir antes, una reescritura, como escribir sobre una pauta. La traducción está supeditada a ese molde, a ese ritmo, y debe seguirlo, igual que lo siguió antes el escritor. Es como si el texto fuera un sendero. El autor lo abre a machetazos y lo recorre literalmente, es decir, a pie. El traductor, en cambio, debe reconstruirlo a partir de lo que le cuenta el autor con un arma que puede parecerse a un machete como un huevo a un mandril o como una gota de agua a una de limón, según la proximidad entre ambas lenguas. El autor siempre elige por dónde ir, escoge su paso, prefiere unas palabras a otras, y eso es lo que hay que tener en cuenta a la hora de reconstruir el camino. Tengo una anécdota simplona pero que lo ilustra muy bien. Hace años estaba en casa con una amiga y se puso a hojear un libro. Estaba escrito en inglés. Mi amiga vio la dedicatoria –To my Mother and my Father– y me dijo, entusiasmada: «¡Anda, esto también lo sé traducir yo! A mis padres. ¿Ves?». Muy a mi pesar, dado su gozo, tuve que echarle un jarro de agua fría. «Pues no», le dije, «porque si el autor hubiera querido decir eso habría escrito: To my Parents. Sin embargo escribió A mi madre y a mi padre, y por ese orden. Mi amiga se quedó muy decepcionada pero luego nos reímos mucho. No sé si se acordará; a mí se me quedó grabado. Hay cosas que el lector no ve porque no ha tenido que sopesarlas, pero el traductor las ha disfrutado y padecido, pues las tiene que tener en cuenta. Luego a todo el mundo se nos escapan cosas, claro, pero hay que prestar mucha atención, atención a ese método y rutina de la escritura que has dicho.