Hardy, el cine y otros fotogramas

Thomas Hardy es uno de esos autores de tonalidad profundamente inglesa pero al mismo tiempo de anhelo vocacionalmente universal. Sus historias poseedoras de una geografía concreta y matizada, discurren también a través de una topografía emocional que sabe trascender, con sabiduría, el tiempo y el espacio. Y es que Hardy nos cuenta historias humanas, lejos de los contextos propios de su realidad. Seguramente es éste uno de los principales motivos por el cual sus relatos han encontrado acomodo perfecto en el cine.
El cine, quizá, una de las disciplinas artísticas más transversales y populares de nuestro tiempo se ha erigido como la forma más efectiva y directa para contar historias. Sus fronteras son infinitas y, pese a su relativa juventud, ha sido capaz, por encima de otras formas de narración, de penetrar con profusión en la cultura popular. Su carácter catalizador ha tenido la capacidad de licuar, transformar e inocular una larga tradición literaria que muchas veces había quedado relegada a unos pocos. Gracias a la irrupción del llamado séptimo arte, los grandes —y escasos— temas fundamentales de la tradición narrativa han sido transmitidos de las maneras más variopintas y dispares a través de la gran pantalla, democratizando los relatos y dándole vida más allá de las palabras. Desde los clásicos griegos pasando por el rutilante esplendor del teatro isabelino, han sido muchos los temas y argumentos que el cine ha tomado prestado y ha adaptado a su particular organismo, consiguiendo siempre un grado de identificación y afinidad con el público que raramente otros canales habrían logrado.
El caso de Thomas Hardy es claramente ilustrativo de esto. Su visión determinista del mundo, sobrevolada por las ideas de Darwin y Schopenhauer lo convierten en un autor que encaja admirablemente en la mirada neoexistencialista del siglo XXI. Su pesimismo, teñido de una intensidad radical que se ceba en el destino de los hombres, parece presentir angustias contemporáneas y ecuménicas.
Entre las numerosas adaptaciones fílmicas que han sido producidas, Tess se encuentra entre las más celebradas. Dirigida por el controvertido Roman Polanski y protagonizada por la bellísima Nastassja Kinski, esta cinta de 1979 supuso uno de los primeros encuentros masivos del escritor de Dorset con el gran público. La mirada onírica y celestial de la actriz le sirven al realizador franco-polaco para servir una de las mejores adaptaciones que ha tenido Hardy en el celuloide.
Este mismo año 2015, Hardy parece seguir perfectamente vigente como lo demuestra la última adaptación de Lejos del mundanal ruido. Una novela que ya tuvo su correspondiente traslación en el año 1972 a cargo del siempre interesante John Schlesinger (autor de joyas como Midnight cowboy o Marathon man). En este caso es el “dogmático” Thomas Vinterberg el responsable de desempolvar la historia de Bathsheba Everdene (aquí, Carey Mulligan) y su convulsa elección de pretendiente. El director sabe extraer el lado salvaje y vibrante de la historia, planteando una puesta en escena y un retrato emocional potentes y obstinados. Y es que si Vinterberg sabe de algo es de pasiones desbocadas como ya lo demostró en aquel salvaje debut internacional que fue Festen (Celebración).
Pero si algún cineasta ha sabido tomar el pulso de Hardy con precisión y constancia éste ha sido el también inglés Michael Winterbottom con hasta tres adaptaciones de su obra. La primera de ellas: Jude, basada en la novela Jude el oscuro, cuenta la historia del hijo de un picapedrero casado con una camarera y enamorado de su prima Sue. Una vez más el diseño triangular afila este drama psicológico en el que brilla con especial intensidad la siempre magnética Kate Winslet. El film se hizo especialmente popular por el antológico desnudo de la actriz que encendió las pantallas y puso la película en boca de todo el mundo. La interpretación de Winslet, nudismos a parte, demuestra la talla de una actriz que un año después de Jude, naufragaría con Titanic, en todos los sentidos —menos en el comercial, claro—. La película de Winterbottom pone en relieve algunas de las temáticas recurrentes en el imaginario hardyano como la modernidad de la mujer, la lucha contra el puritanismo o la represión de las pasiones más ocultas. El resultado final es un producto elegante y contenido que destila el aroma agrio, rotundo y desinhibido de la prosa del escritor en la que sea, probablemente, una de sus mejores adaptaciones cinematográficas.

Después de la gratificante experiencia de Jude, Winterbottom vuelve a Hardy cuatro años después. Esta vez con The Claim (El perdón) libremente basada en The Mayor of Casterbridge. En esta ocasión, el inquieto realizador sitúa el argumento ideado por Hardy en un western extraño y singular. La pluma y los personajes de Hardy fluyen en este film de difícil catalogación, entre el melodrama crepuscular y el western más canónico. Ambientada en California durante la fiebre del oro, la película propone una mirada fría sobre un género épico de por sí mediante la música sintética y contagiosa de Michael Nyman y el montaje ágil y fraccionado. Buenos actores, deslumbrantes localizaciones, narración vigorosa: cierto, pero algo le falta a esta película. El conjunto desemboca en un producto sobrio y correctísimo pero un tanto desprovisto de fuerza, perdiendo un poco de fuelle con respecto a su predecesora Jude.
Y por último llegamos a Trishna basada de nuevo en Tess of the D’Urbervilles pero protagonizada por una joven de Rajasthan encarnada en la guapa Freida Pinto (que muchos recordaréis por Slumdog Millionaire). La transcripción del universo británico de Tess al pirotécnico colorido de Jaipur y Mumbai funcionan a nivel estético y Hardy se percibe levemente en el relato pero el atractivo del film se acaba difuminando pese al competente trabajo de Pinto y el esfuerzo del director por ser original y diferente. Triscan acaba convertida en una bonita postal en el que el remitente ya no se sabe si es Hardy, el cine de Bollywood o el propio Winterbottom.
Esperemos que en la próxima adaptación que Winterbottom decida hacer de Hardy (si es que la hay) regrese a la cadencia y a la mesurada artesanía de Jude o incluso a la expeditiva pericia de The claim ya que parece que, por el momento, el dibujo de su trayectoria manifiesta un cierto desnivel descendente. De todas maneras, la esperanza es lo último que se pierde y si algo tiene Hardy, más allá de quien lo lea, es inclinación por la eternidad.